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Rosario Piedra y la herencia del oficialismo

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Por los resultados obtenidos a lo largo de los años en relación con el trabajo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), la elección de su titular debería ser un tema intrascendente, insulso y anodino. Por supuesto, esto no significa desestimar la importancia de la protección a los derechos humanos; todo lo contrario. Sin embargo, la autonomía de este organismo es una verdadera entelequia.

La CNDH es un organismo colegiado, en el que tanto los consejeros como el presidente del consejo son elegidos por el voto de las dos terceras partes de los senadores presentes en la Cámara Alta (mayoría calificada). En la práctica, los legisladores votan por los aspirantes más afines a su partido, lo que convierte a los consejeros en cuotas de poder de los institutos políticos que los apoyaron. Esta misma situación se replica en otros organismos supuestamente autónomos.

La razón de ser de la CNDH se justifica porque la protección de los derechos humanos está contemplada tanto en la Constitución Mexicana como en los tratados internacionales y otras leyes. No obstante, su existencia hoy parece limitarse a dar cumplimiento formal a estos requisitos. Hay quienes opinan que la comisión solo protege a delincuentes; otros, más escépticos, aseguran que solo sirve para lo que se le unta al queso, es decir, para nada.

Y es que las facultades de la CNDH se reducen a emitir recomendaciones, las cuales, como se dice coloquialmente, son llamadas a misa. Resulta lamentable que un organismo cuya función principal debería ser contrarrestar los abusos del poder carezca de dientes. Si tuviera capacidad de investigación y sus determinaciones fueran vinculantes, seguramente el panorama sería muy distinto.

En ese contexto, sería fundamental que los integrantes de la comisión, especialmente su titular, fueran verdaderamente independientes, sin afiliaciones partidistas ni inclinaciones oficialistas, y con conocimientos y capacidades probados. De esta forma, se evitarían casos como el que le sucedió a la duranguense Karla Obregón. A pesar de estar entre las cinco mejores calificaciones en la evaluación realizada en el Senado, fue descarrilada, no por falta de méritos, sino por carecer de un padrino político, que ni tenía, ni quería, ni buscó.

Nadie ignora el afecto que el expresidente López Obrador sentía por Rosario Ibarra de Piedra, la emblemática luchadora social que, simbólicamente, le colocó la banda presidencial al inicio de su periodo como presidente legítimo. Se pensó que las vivencias de Rosario Piedra al lado de su madre le habrían dado el temple y la sensibilidad necesarias para comprender a las víctimas del poder. Por ello, la propuesta de AMLO para que presidiera la CNDH en el quinquenio 2019-2024 fue bien recibida en el Senado. Sin embargo, el resultado fue decepcionante.

Si bien tenía derecho a aspirar a la reelección, su desempeño y evaluación la descalificaron. Rosario Piedra obtuvo la calificación más baja entre los 15 seleccionados tras la primera criba de los 47 aspirantes iniciales. Su inclusión en la terna final se dio por la petición expresa de 20 senadores de Morena, según afirmó Javier Corral, a pesar de que originalmente no contaba con el respaldo de los legisladores de la 4T.

¿Qué los hizo cambiar de opinión? ¿Fueron los sectores más duros de Morena? ¿Adán Augusto López? ¿O acaso buscan una comisión de derechos humanos que sea omisa ante las violaciones de las autoridades? Quizá tenga razón Jorge Zepeda Patterson cuando sostiene: La única explicación lógica para la reelección de Rosario Piedra en la CNDH reside en la intervención de López Obrador.

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