Martes, poco después de las 10 de la mañana en alguna parte de México. El camión de la basura “no ha pasado” a pesar de que “hoy le tocaba”. Los y las vecinas saben que a esta hora “ya no pasó”. Con este suman siete días y las bolsas de plástico se han acumulado hasta desbordar los contenedores de la colonia. Algunos deciden tirar las bolsas llenas de residuos en las pequeñas colinas de desechos en la acera, otros regresan a sus actividades con las monedas que usualmente dan de propina a los trabajadores del sistema de recolección. A media cuadra se escucha una queja: “¡Otra vez el gobierno!” Pero, ¿cuál gobierno? Aunque el reclamo del ejemplo anterior es generalizado a una idea abstracta de gobierno, en la práctica no existe un ente único que podamos etiquetar como “el gobierno”. La estructura federal mexicana atribuye competencias distintas a los tres órdenes de gobierno: federal, estatal y municipal. La Constitución señala que la recolección de basura es una de las funciones principales del municipio. A pesar de que casi el 30% de los ciudadanos no está satisfecho con el servicio de recolección de basura, menos del tres por ciento asiste a las sesiones municipal de cabildo. Esto puede deberse al poco interés de los ciudadanos por participar, a la poca difusión de estas sesiones o al desconocimiento de cuáles son las facultades de su municipio. La incomprensión sobre las facultades y responsabilidades de los gobiernos municipales impone un reto a la participación ciudadana. Por otra parte, para calificar el desempeño de los gobiernos locales se deben tomar en cuenta, también, las restricciones técnicas y financieras a las que se enfrentan. A los municipios se les exigen muchas tareas, pero no siempre tienen todas las herramientas necesarias para cumplirlas eficaz y eficientemente. Las funciones del municipio son muy cercanas a las personas. La administración de este nivel de gobierno es usualmente el primer contacto de las personas con los aparatos del Estado, a diferencia de las políticas públicas a nivel federal o estatal, que tienden a tener efectos en la vida de las personas con un tiempo mayor de maduración y en esferas relativamente más lejanas al ciudadano, con la salvedad de la educación. Por otro lado, la vida cotidiana se enfrenta constantemente con los resultados de las políticas municipales: la calidad del transporte y las vialidades, el acceso a redes de agua potable, el alumbrado público, el servicio de recolección de basura e incluso la efectividad de la policía. Esta proximidad con el ciudadano implica una responsabilidad enorme a la cual, nuestro alcalde, Antonio Ochoa ha enfrentado con evidente aprobación ciudadana. Si partimos de que únicamente el treinta y tres por ciento de los mexicanos confía en los gobiernos, y que esta insatisfacción es, en parte, un reflejo de la poca capacidad técnica y financiera de los municipios para lograr su propósito, o mejor dicho sus múltiples propósitos, entonces en Durango vamos de gane, pues a diferencia de la media nacional, los duranguenses se sienten identificados con su Presidente Municipal, pues Toño Ochoa gobierna con frescura, con emoción, se nota que disfruta lo que hace, pues se da cuenta que sirviendo a la población es la mejor manera de salir a la calle con la frente en alto y poder compartir su deseo y aspiración de chulear a Durango, proyecto y propósito que se está consiguiendo, pues los ciudadanos estamos contagiados con la idea de que nuestra ciudad, nuestro municipio y nuestro entorno en general, debe ser más chulo en todos los aspectos. La transformación del municipio tiene como objetivo ofrecer instrumentos de participación y rendición de cuentas. La incomprensión sobre las funciones del municipio podría nublar la posibilidad de premiar o castigar el desempeño de las autoridades locales en turno. Por ese motivo es importante reconocer el eficiente trabajo desarrollado por Toño Ochoa, que ha convertido a Durango en un municipio responsable.