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El modelo político se agotó

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Los partidos políticos nacen como una opción para ampliar los marcos democráticos y fortalecer la participación ciudadana. Fue la gran opción occidental ante el empuje de los movimientos sociales que reivindicaban cambios políticos. Pero esta opción envejeció, no se actualizó, el modelo entro en crisis severa.

En México, desde hace décadas, los ciudadanos rechazaban a los partidos políticos, su descontento lo expresaban no participando en los procesos electorales, en donde el abstencionismo prevaleció. Hubo elecciones con un 35% de votos, cuando se superaba el 50%, aunque fuera por una décima, los ganadores no cabían de contentos ufanándose de haber vencido al abstencionismo.

Vino el 2018, a los partidos políticos les ganó un movimiento ciudadano más que un partido político. Quizá esa sea la cualidad de Morena, la de no tener una estructura de partido tradicional, e incorporar a toda una masa social, claro que, con un proyecto, con un liderazgo sólido, con una definición social del poder y con autoridad moral para gobernar.

El pasado proceso electoral no hizo más que confirmas varias cosas como:

El rechazo ciudadano a los partidos tradicionales

La ausencia de proyectos de la pálida oposición

La falta de lideres

La elaboración de fantasías para regresar al poder

Los partidos tradicionales son reacios a aceptar la crisis profunda del modelo de partidos, por consiguiente, entender su propia crisis. Abogan por alianzas entre partidos que terminan en insultos, como el que Marko Cortés dirigente nacional lanza en contra de Movimiento Ciudadano (MC), al calificarlo de “Judas” por no aliarse con ellos.

Que ofrece el PAN a los demás partidos para ampliar la alianza, su hundimiento. Que ofrece el PRI, solo su condición e moribundo. Que ofrecen los lideres Marko Cortés y Alejandro Moreno del PAN y PRI, el repudio de sus militantes, que exigen abandonen el poder por contribuir al fracaso electoral de sus partidos.

En un intento desesperado, la ultra derecha se asesora con estrategas españoles, chilenos, alemanes para formar cuadros competitivos. Serán muy buenos para los golpes de estado, la guerra sucia, el amedrentamiento, la persecución, la represión, pero no para ser una opción ciudadana.

Ante la incapacidad de los partidos tradicionales, su recurso es responsabilizar a otros de ser autoritarios, antidemocráticos, represivos y otras lindezas, cuando la ciudadanía simplemente no vota por ellos, dejaron de ser atractivos, sin elementos de persuasión.

Su crisis la reflejan no solo en una atrofia política, sino en recursos desesperados, como la parálisis constitucional, con la que pretenden llevar al fracaso un proyecto de nación, convirtiéndose en quienes “mandan al diablo a las instituciones”. O no.

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