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EL COHECHO, UN MAL QUE NADIE PUEDE PARAR…VERDAD GÜERO 

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Couple giving bribe for illegal deal on real estate market, inheritance fraud

El cohecho, por su naturaleza misma, es muy difícil de probar. La gente puede estar convencida de que lo hubo con solo ver cómo vive tal o cual persona de sueldo modesto. O con sólo fijarse cómo es que tal o cual empresa se lleva todos los contratos. Pero para castigar un delito, hay que demostrar que existe, hacen falta pruebas. Es bueno que sea así, en todos los delitos. Si el cohecho pudiera castigarse con presunciones, nadie estaría seguro de que sus adversarios o enemigos no organizaran un tinglado que hiciera presumir -en falso- que aceptó o dio dicho cohecho. Más aún, nadie estaría a salvo de que la regla de la presunción no se extendiera a otros delitos, y entonces cualquiera que molestara a los poderes o a los poderosos iría a dar a la cárcel por presunciones de cualquier cosa. No es bueno, que incluso con el cohecho, las pruebas sean necesarias para condenar. Pero en el cohecho raramente hay pruebas. Cuando más, es la palabra del uno contra la del otro, y eso, aunque pueda convencer a la gente, no basta para la ley. De ahí, pues, que el cohecho sea uno de los delitos más “seguros” y menos arriesgados si se sabe hacer. Por lo que vamos viendo, los más expertos son aquellos que por sus cargos, su alcurnia o educación, deberían estar o parecer estar por encima de esta “educación”. Es sabido que el pequeño cohecho, es uno de los medios de que se vale la gente del común para engrasar las ruedas, siempre enmohecidas de la administración. Pero esas ruedas ruedan mejor, también, cuando quienes las empujan son personajes importantes. De hecho, no muchos, en posiciones de poder -mucho o poco poder es igual-, resisten a la tentación del dinero ganado sin esfuerzo y a costillas del contribuyente. Es lo mismo entre quienes dan que entre los que recién cohecho. Basta con ser rico para que la tentación resulte irresistible. El hecho de que los ciudadanos le den la espalda a un legislador o a un funcionario que se acuesta con su secretaria -lo cual en todo caso significaría vitalidad y buen gusto-, que a uno que acepta dinero, indica que la gran mayoría considera normal el cohecho. Tan normal que, si encuentra dificultades, lo primero que hace es pensar que con dinero puede resolverlas. Luego se atemoriza, porque no sabe si el funcionario al que habría de comprar está en venta. Todavía hay funcionarios honestos, peri si un funcionario rechaza la oferta, el ciudadano tiende a pensar que no la aceptó por escasa y no porque esta sea inmoral. Sólo en algunos países la población se indigna por esta práctica del cohecho. En este tema la gente es sabia, ya que sabe que el cohecho forma parte del sistema en que vive, o, mejor dicho, a veces no lo sabe, pero si lo siente ya que finalmente se encuentra rodeado de cohecho y de engaño. La publicidad es ejemplo de un enorme cohecho, ofrece con promesas y envases lo que no se da. Cuando la publicidad nos hace aparecer a una mujer atractiva tomando determinado producto o invitándonos a volar por tal o cual aerolínea, que acaso el político no hace lo mismo cuando se acuesta con una muchacha pagada por una empresa con la que tiene tratos ilícitos. Solo que el político no se contenta con la imagen, quiere carne y huesos, mientras que el público, más resignado, acepta el parpadeo de la televisión o los colores de la revista, pero diferencia esencial no hay ninguna y al final los que más se indignan son los que menos motivos tienen.                   

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