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8M Pintas y protestas, la iconoclasia como grito de hartazgo

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El 8 de marzo (8M), Día Internacional de la Mujer, no es una fecha de fiesta, diversión o festejo, como el 10 de mayo, el 14 de febrero o algún cumpleaños. No se trata de un día de alegría ni de celebración, sino de generar conciencia, memoria y lucha. Su origen es una tragedia, se trata de el incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York, donde más de 100 mujeres trabajadoras murieron quemadas. La tragedia fue provocada porque, cuando inició el fuego, las puertas de salida estaban cerradas para evitar que las empleadas tomaran descansos durante su jornada laboral.

Por esta razón, felicitar a las mujeres, dar regalos o planear cenas románticas en esta fecha es un despropósito. Se trata de una lucha histórica, no de un motivo de cortejo, felicidad o consumo. Más bien, el 8M es un día para reflexionar sobre las violencias que persisten y que muchas veces se han normalizado: machismo, misoginia, patriarcado, feminicidios, acoso, hostigamiento, abuso, desigualdad, invisibilización. Cada una de estas palabras representa una forma de opresión que justifica el activismo y la protesta social.

El Día Internacional de la Mujer tiene sus raíces en los movimientos de trabajadoras textiles y en el activismo del Partido Socialista de Estados Unidos, que en 1909 lo estableció por primera vez. En México, se conmemoró antes de que la ONU lo reconociera oficialmente: desde 1961, aunque inicialmente el 15 de febrero. Uno de los mayores logros de esta lucha en nuestro país fue el derecho al voto, reconocido durante el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. Hoy, las marchas del 8M se replican en todo el mundo, con tres colores emblemáticos: morado: representa la lucha histórica por los derechos de las mujeres y se ha usado desde la primera ola feminista. Verde: simboliza la lucha por los derechos reproductivos, la salud de las mujeres y el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Rosa: tradicionalmente vinculado con la feminidad, ha sido resignificado como un símbolo de fuerza y sororidad, asociado a la exigencia de justicia ante los feminicidios.

En los últimos años, las manifestaciones del 8M han incorporado la iconoclasia como una forma de protesta. En este contexto, se trata de dañar monumentos y espacios públicos con grafitis, pintas o destrucción simbólica para denunciar la impunidad y la falta de respuestas de las autoridades ante la violencia de género. Las críticas no han faltado: ¿es necesario romper, pintar o quemar? ¿Es vandalismo? ¿Por qué manifestaciones violentas? Sin embargo, es importante recordar que, en un principio, se intentaron protestas pacíficas: marchas silenciosas, performances como Un violador en tu camino o expresiones artísticas como Bailo por las que ya no están. La respuesta fue la indiferencia, la burla o la parodia.

La rabia es el resultado de la impunidad. Cuando el sistema falla, la protesta crece y se radicaliza. La historia lo demuestra: ningún derecho se ha conseguido sin resistencia. Si la iconoclasia incomoda, más debería incomodar la violencia que la provoca. Es momento de exigir justicia y resultados concretos. No más feminicidios. No más violencia.

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