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EL LENGUAJE INCLUSIVO

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 El lenguaje tiene un poder transformador, ya que no solo refleja nuestra realidad, sino que también la moldea. Utilizar un lenguaje inclusivo es una manera de garantizar que todas las personas, independientemente de su género, identidad o condición, se sientan reconocidas y valoradas. En una sociedad cada vez más diversa, el lenguaje inclusivo se vuelve una herramienta esencial para eliminar los prejuicios y promover una comunicación que sea justa y equitativa para todos. Adoptar el lenguaje inclusivo no se trata únicamente de corregir palabras, sino de modificar patrones de pensamiento que históricamente han excluido a ciertos grupos. El lenguaje es una expresión de nuestro pensamiento, un reflejo de los usos y costumbres de una sociedad y cultura determinadas.  Por ello, por mucho tiempo el lenguaje ha sido también fuente de violencia simbólica, una herramienta más a través de la cual se ha naturalizado la discriminación y la desigualdad que históricamente ha existido entre mujeres y hombres, las cuales tienen su origen en los roles y estereotipos de género que limitan y encasillan a las personas partiendo de sus diferencias sexuales y biológicas. Dado que por mucho tiempo la sociedad justificó las relaciones desiguales entre mujeres y hombres –confinando a las mujeres a las actividades del hogar, la atención de las hijas e hijos y al rol reproductivo y de cuidados— no es de extrañar que el lenguaje que por años hemos utilizado esté caracterizado por expresiones sexistas. En esencia, muchas formas de lenguaje y expresiones sexistas que abundan en nuestro vocabulario — las cuales han pasado de generación en generación perpetuando patrones de comportamiento— construyen estereotipos de género, asociando a las personas con roles y expectativas sociales entorno a lo que deben ser/hacer las mujeres y los hombres. De esta forma, el lenguaje sexista o excluyente ha reforzado la idea errónea de que las mujeres tienen un papel de inferioridad o subordinación con respecto al hombre. excluyentes que han invisibilizado la presencia de la mujer y, especialmente, su participación en muchos de los ámbitos públicos en que hoy son también grandes protagonistas. De esta problemática – y del impacto de inevitablemente tiene el uso de lenguaje en nuestro desarrollo como sociedad— es que surgió el lenguaje inclusivo o incluyente, el cual establece nuevas reglas que se adaptan a una sociedad igualitaria y que fomentan una cultura del respeto y la no violencia hacia las mujeres. En las generaciones jóvenes es más común el uso del lenguaje inclusivo, pero también existe el desprecio, en forma de chistes o en descalificar a determinado individuo por usarlo, y es que las generaciones se educan también a través del lenguaje. Hoy en día, el lenguaje incluyente es una rebelión en contra de lo establecido. “Es un reclamo de igualdad, protagonismo y visibilidad. Pero no solo tiene que ver con la mujer, el lenguaje inclusivo es un modo de comunicación que defiende la igualdad y tiene como objetivo evitar la discriminación. Mediante su uso, se pretende garantizar que no se excluya a personas de diferentes identidades de género, raza, etnia, discapacidad u otras características. El lenguaje inclusivo también es relevante cuando se trata de referirse a personas con discapacidad. Utilizar un lenguaje inclusivo en este contexto, implica evitar términos que puedan ser estigmatizantes, poniendo por encima la importancia de la igualdad y el respeto.Un ejemplo a seguir para utilizar un lenguaje inclusivo con respecto a la discapacidad consiste en centrarse en la persona, no en la discapacidad. Por ejemplo, diciendo “una persona con discapacidad” en lugar de “un discapacitado”. El lenguaje inclusivo es una forma de comunicación que se esfuerza por no reproducir ni perpetuar desigualdades de género, raza, etnia u otras características que han sido históricamente marginadas. Al usar un lenguaje inclusivo, evitamos suposiciones sobre identidades y roles, asegurando que todas las personas se sientan representadas en nuestras palabras. Su necesidad radica en la capacidad del lenguaje para normalizar comportamientos y estructuras sociales: cuando cambiamos la manera en la que hablamos, también influimos en cómo percibimos el mundo. La práctica del habla en la vida cotidiana empieza a integrar cambios de los que no teníamos ni idea de a dónde van a llegar.

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