De abuelos y hasta padres de familia se nos inculcó los roles que debemos, forzosamente, cumplir hombres y mujeres dentro de la sociedad, para que no sea ésta quien nos juzgue si nos salimos del molde. Particularmente, en el caso de los hombres, durante varias generaciones se ha creído, gracias a los mandatos de este modelo hegemónico de masculinidad, que un varón debe ser activo, jefe de hogar, proveedor, responsable, autónomo, no rebajarse ante nada ni ante nadie; ser fuerte, no tener miedo, no expresar sus emociones; pero, además, ser quien trabaje y pueda salir a las calles -a diferencia de las mujeres cuya responsabilidad es el hogar-. En el plano de la sexualidad, el modelo prescribe la heterosexualidad y, me atrevo a decir, este modelo establece ciertas premisas tácitas del desdén hacia la homosexualidad y personas con intereses diversos.
Este modelo de educación para los hombres trajo consigo una serie de consecuencias negativas para ellos, puesto que se causó represión en cuanto a sus emociones y sentimientos, ejemplo de esto es la frase “los hombres no lloran”. Asimismo, creó afectaciones en torno a la necesidad de los hombres de convertirse en los mejores proveedores del hogar, teniendo siempre el reto de tener un buen trabajo y aspirar a más, ello, de cierta manera cargado con la consigna de no fracasar, pues lleva el peso de mantener a la familia y el hogar en los hombros.
Ahora, estos tiempos modernos nos han enseñado que hay más de una arista que observar en un escenario perteneciente a lo social, razón por la cual hemos roto algunos paradigmas y nos hemos atrevido a ver más allá de lo que nuestros antecesores nos han obligado a ver con su propia visión. Ahora sabemos que no todo tiene que ser como nos han dicho y que un hombre, como ser humano, tiene emociones, que las emociones no son ni buenas ni malas, simplemente características de un estado mental temporal que se vale sentir y vivir.
Las nuevas masculinidades se refieren precisamente a esto ya que es un concepto que evoca una nueva forma de masculinidad que rompe y construye. Rompe con los estereotipos tradicionales de género y construye nuevas formas de convivencia en las que permea la empatía, solidaridad, cooperación y respeto. Por ejemplo, se rompe con la idea de que el hogar y la familia es total responsabilidad de la mujer y da paso a la asunción de responsabilidades por parte del hombre en tareas del hogar y quien, a su vez, participa en la crianza de los hijos y, con ello, genera un vínculo con éstos, cosa que en el pasado no era común.
Asimismo, se rompe con las ideas sexistas tendientes al rechazo, discriminación y hasta violencia de hombres hacia personas pertenecientes a la comunidad LGBTTTIQ+. Y no sólo esto, sino que hasta permite que los hombres expresen su sentir sin temor a ser juzgados por ello.
Este modelo de las Nuevas masculinidades, claro que conlleva muchas consecuencias positivas para las personas, puesto que, por ejemplo, coadyuva en la crianza de los hijos -hombres-, quienes ahora crecen sabiendo que pueden sentir sus emociones, participar en actividades del hogar y hasta relacionarse con mujeres sin la consigna de ser ellos los dominantes, líderes y proveedores dentro de una relación.
Aun y cuando este conjunto de ideas y prácticas transformadoras buscan la justicia entre hombres y mujeres, todavía hay ciertas dudas, y no está mal, pues es un proceso de transición que implica muchas dudas en su ejercicio, una de ellas, y me atrevo a expresarla es: ¿cómo puedo educar a un hijo con esta ideología de nueva masculinidad sin que él pierda identidad? Es decir, ¿cómo puedo construirle una identidad sólida sin perspectiva de género? ¿Entonces, hay diferencias -además de las anatómicas- entre hombres y mujeres?
Y aunque todavía no tengamos muchas respuestas, es más, habrá cosas que nunca sabremos, lo claro es que no hay que perder de vista lo más simple: la naturaleza de ser personas.