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Morena, echado a perder

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Lo que sube rápido llega a un punto en el que, inevitablemente, empieza a descender y eso es precisamente lo que está sucediendo con Morena, creado como agrupación política nacional en 2011 y como partido en 2014, logró obtener la Presidencia de la República en 2018 sin tener una sola gubernatura y utilizando la estrategía de aceptar priístas y panistas con la intención de debilitar a esos partidos.

Muchos de los personajes del PRI y PAN que llegaron a Morena lo hicieron únicamente porque sabían que López Obrador iba a ganar la elección presidencial con mucha facilidad, como terminó sucediendo, aunque lo cierto, es que pocos eran personajes de peso político y con una trayectoría socialmente útil, circunstancia que propició que ellos terminaran siendo los beneficiados y no el partido.

Los priístas y panistas no le aportaron a Andrés Manuel un solo voto en 2018, por el contrario, muchos personajes desconocidos, corruptos o inexpertos obtuvieron cargos de elección popular sin siquiera haber hecho campaña; en Durango hubo y hay muchos casos de esos; gente que ni siquiera sabe cómo expresar ideas simples.

Los dirigentes nacionales de Morena han sido sumamente facciosos, todos, sin excepción han trabajado para impulsar a sus afines y obstaculizar a quienes no lo son, particularmente Mario Delgado ha utilizado las cuotas de género para beneficiar a unos y excluir a otros, por cierto, un concepto de “equidad” desechado por todas las democracias desarrolladas.

Morena se está degradando tan rápidamente porque la convivencia al interior es prácticamente una pelea entre pandillas, siguen arrastrando con la inestabilidad orgánica del perredismo, con la corrupción de los priístas y el doble discurso de los panistas extraviados que llegaron a la izquierda; lo cierto, es que los cuadros de Morena no se distinguen positivamente de los políticos que militan en otros partidos, son iguales y en muchos casos peores.

Para que haya una transformación nacional debe haber una reforma de Estado que modifique el sistema de instituciones y el constructo legislativo, en México no ha pasado eso, todo sigue igual que en los gobiernos panistas y priístas, el cambio más sensible es el estilo personal de gobernar que tiene el Presidente.

López Obrador está bien calificado, pero ni su gobierno ni Morena lo están, se siguen sosteniendo, ambos, en la imagen presidencial y esta sucesión adelantada les está ocasionando más desgaste qué, el que ya traían por inercia y se debe precisamente a la falta de liderazgo de sus dirigentes nacionales y de la inexistencia de acuerdos internos que propicien confianza, legalidad y unidad.

El discurso de “piso parejo” de Marcelo Ebrard empieza a alinearse con el del primer excluido, Ricardo Monreal, precisamente porque en las elecciones a gobernador de este año Mario Delgado confirmó lo que todos ya sabían, que las encuestas son una farsa, no porque se manipulen, sino porque no se respetan y las candidaturas terminan siendo para quienes las pierden y en este escenario lleva ventaja Claudia Sheinbaum.

Morena está cada vez más echado a perder, aún faltan dos años y es difícil prever si a 20024 van a llegar con las mismas fortalezas que ahora tienen y que básicamente dependen de que AMLO conserve sus simpatías; Mario Delgado ya prepara las imposiciones en las dirigencias estatales, de nueva cuenta usando como instrumento las antidemocráticas cuotas de género y un padrón de militantes manipulable que sigue sin ser confiable y aceptado por todos.

De seguir así, no sería sorprendente que alguna de “las corcholatas” termine siendo el candidato presidencial de la oposición y que además les gane.

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