
Comenzando el año de 1923, circulaban por la calle Mercaderes vehículos Fords y Dodges con capotas negras relucientes, carromatos cargados de granos, legumbres y cachivaches, vendedores de baratijas, bellas hembras criollas, hombres con lámparas de carburo en sus cascos de minero. La calle es y representa el pulso de Hidalgo del Parral, ciudad conocida en el mundo porque allí tuvo lugar la emboscada donde asesinaran a Pancho Villa. Los años de sobre salto quedaron atrás en cuanto Villa fumó la pipa de la paz con los asesinos de Venustiano Carranza, instalándose en la hacienda de Canutillo con parte de su escolta, sus mujeres y sus hijos. Muerto Carranza en mayo de 1920, y apagado el rencor de Doroteo por los malos ratos que le hizo pasar el llamado barbas de chivo, cansado de tanto cabalgar, depuso las armas ante los nuevos héroes de Agua Prieta. En Canutillo gozó de las mieles de la vida campesina. Sin embargo,no todo lo que relumbra es oro ni el tigre se vuelve gato casero por limarle garras y colmillos. En Parral, aunque el Villa de 1923 no fuera el de 1914, su nombre, rodeado de leyendas, seguía en boca de los refinados caballeros del casino, de los mineros en sus cantinas y de las puesteras en el mercado Hidalgo. Al canto de las rondas de domino merodeaban las apuestas: que si el rencor de Pancho Villa seguía vivo, que si Obregón, su victimario en los campos de Celaya, ahora Presidente, no lo dejaría llegar a viejo, que si el impulsivo centauro volvería a las andadas. Para unos Pancho Villa no arriesgaría sus prebendas para cabalgar de nuevo con la carabina 30-30 en los arzones, más otros argumentaban que los perros que dan en comer huevos no dejan de comerlos, aunque les quemen el hocico. Cubiertas por cenizas, aunque vivas aun las brasas, la llama renacía al dejar Pancho Villa su hacienda y pasear por la calle Mercaderes en su flamante carro Dodge brothers modelo 1922. Algunos los censuraban y lo criticaban, pues no era posible que se dejara ver en un coche tan lujoso, como si no tuviera cuentas pendientes, de esas que los acreedores nunca olvidan. Para esos días se ventilaba el serio y eterno problema de la sucesión presidencial. La población en general se preguntaba quién iba a ser el sucesor del presidente Álvaro Obregón, si el secretario de Guerra Plutarco Elías Calles o el de Hacienda Adolfo de la Huerta. Según los enterados el dedo presidencial apuntaba a Plutarco, por cierto,enemigo de Villa. El solo escuchar el nombre del manco y de su posible y casi seguro sucesor, le provocaba a Pancho Villa extremo furor, arrebato, ira, delirio, coraje y todos los sinónimos relacionados con furia, y es que el quince uñas labró el epitafio de la División del Norte con la mano que le dejaron buena. Mas así con todo y eso, razonables como eran las simpatías de Villa por el tenor, político, financiero y mil usos de Adolfo de la Huerta, fue un acto suicida hacerlas públicas en el momento de disponerse Obregón ungir a Elías Calles. Si bien es cierto a pesar de ser sencillo y campirano trató con periodistas nacionales y extranjeros en sus días de gloria, incluso en su estancia de tres años en Canutillo, en esta ocasión a Doroteo no le sirvió su reconocido buen olfato para ver con recelo el desarrollo de los acontecimientos, prueba de ello fue que un periodista tabasqueño se las arregló para hacerlo que se le soltara la lengua. En esa entrevista de 1922, el general dejó ver su temperamento o, mejor dicho, se vio muy claridoso.

