José Miguel Ramón Adaucto Fernández Félix fue un hombre profundamente aferrado a sus ideales, lo cual reflejaba su apasionada personalidad. Eso explica que cuando la ocasión lo ameritaba, de su corazón se articulaban las palabras que expresaban de lo que estaba hecho. Prueba de ello es cuando en plena guerra de Independencia, el 25 de noviembre de 1812, cuando sus tropas tenían miedo de atacar en el sitio de Oaxaca, lanzó su espada hacia la dirección enemiga y pronunció: Va mi espada y voy en prenda de ella, y acto seguido cumplió su sentencia y con ella la promesa de su nuevo apellido. Solo un hombre así, con esa devoción a su patria, pudo haber sido el Primer Presidente de México. Cuestionable para muchos historiadores, lo cierto es que, a su medida, tomando en cuenta la precaria situación económica del naciente país, así como la inexperiencia de la primera vez, tuvo la certeza de pensar que gobernar no solo era dirigir, sino también trabajar. Se preocupó por la salud y la educación, dejando entre sus obras la creación de orfanatos, promoción de un mejor trato a los enfermos mentales, autorización y soporte a la creación del Museo Nacional y la promoción de actos culturales como la formación de la Sociedad Filarmónica de México. Procuró dar impulso a los sectores culturales con el afán de demostrarle al mundo que nuestro país poseía un desarrollo intelectual que lo hacía merecedor de la confianza y el respeto de cualquier potencia extranjera. Como Presidente, Victoria fue el encargado de reconstruir la devastada economía, resultado de la larga guerra de Independencia, creó la marina mercante del país, con la que abrió rutas comerciales con los puertos de los países americanos que habían reconocido la independencia nacional y con los que se establecieron relaciones diplomáticas. Guadalupe Victoria realizó su mejor esfuerzo en nombre de la joven nación que gobernó. El 25 de enero de 1825, un individuo de nombre Juan Antonio de la Riva se presentó ante el Presidente diciéndole que no había jurado la Independencia porque él consideraba que le debía lealtad al rey de España y por ese motivo había sido robado, insultado y reducido a la mendicidad. Después de escucharlo, Victoria le respondió que le sería devuelto el dinero que le fue despojado siempre y cuando se comprometiera a jurar la independencia, advirtiéndole que ese trámite no iba a ser rápido, y llevaría algunos días. Fue a su recamara y regresó con 500 pesos, los puso en sus manos diciéndole: Vaya esa cantidad que yo le doy a usted con gusto de mis sueldos, válgase como pueda con ella. De la Riva se arrodilló para darle las gracias y le dijo: ahora si juraré la Independencia, pero no por el dinero que me ha dado el Presidente Victoria, sino porque veo a la cabeza del gobierno a todo un hombre. Una de las tantas aportaciones dignas de resaltar es que el primer presidente de México, emitió un decreto para comprar la libertad de esclavos pagando a sus propietarios por ella. El ultimo rasgo de Victoria fue en el año de 1838, con motivo de la invasión de los franceses. Ya sin fuerzas ni vigor físico, pues los años habían gastado el cuerpo de quien fuera Primer Presidente de México, mostró un alma joven y vigorosa, como en los primeros días de su vida, demostrando con ello que el alma de los héroes no envejece jamás. Año 2024, bicentenario de la exaltación del Gral. Guadalupe Victoria a la Presidencia de la Republica.