El gatopardo es una novela escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de 1954 y 1957. El gatopardo narra las vivencias de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, y su familia, entre 1860 y 1910, en Sicilia (Palermo). El título se refiere al leopardo jaspeado o manchado o serval (en italiano, gattopardo) que aparece en el escudo de armas de la familia Salina. En mayo de 1860, tras el desembarco de Garibaldi en Sicilia, Don Fabrizio asiste con distancia y melancolía al final de una época. La aristocracia, representada por el Príncipe Fabrizio, comprende que el final de su supremacía se acerca, ya que es el momento de que se aprovechen de la situación política los burócratas y la burguesía, las nuevas clases sociales emergentes que sacarán provecho del nuevo régimen generado por la unificación italiana. Don Fabrizio, perteneciente a una familia de rancio abolengo, se indigna al saber que su sobrino Tancredi Falconeri, a pesar de combatir en las filas contrarias a sus intereses familiares, es lo bastante oportunista para intentar aprovecharse de la situación y adaptarse al nuevo sistema político. El personaje de Tancredi declara a su tío Fabrizio la conocida frase: Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie. Desde entonces, en ciencias políticas se suele llamar gatopardista o lampedusiano al político que inicia una transformación política revolucionaria pero que, en la práctica, solo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente el elemento esencial de estas estructuras. El gatopardismo es la filosofía de quienes piensan que es preciso que algo cambie para que todo siga igual. El efecto Lampedusa, del que se habla a veces, consiste en hacer las cosas de modo que algo cambie para que lo demás permanezca intacto en la organización social. Se refiere a reformas meramente cosméticas, ociosas o de distracción que se proponen para mantener inamovibles los privilegios sociales y económicos de los manipuladores de esas reformas que finalmente solo resultan cambio de piel. Desde tiempos inmemoriales que se remontan más allá de la época que escribe Lampedusa, se han producido movimientos dizque para derribar gobiernos o estructuras sociales se han dado esos fenómenos en los que la nobleza -llámese oligarquía o grupo dominante o cúpulas-, viendo peligrar su posición, acepta que todo cambie para que todo siga como está; y los otros, desprovistos de alcurnia o de riqueza o de poder, salvan a los nobles y crean un modus vivendi que, con algún maquillaje, a ambas clases le permite convivir, es así como se ve reflejado el gatopardismo. Derivado de lo anterior, se denomina “gatopardista” a quien interviene en las cosas de la política, del gobierno, de los negocios del Estado o de la administración, como avezado maestro del continuismo, del acomodamiento y la simulación, a quien siempre está al tanto de qué movimientos hacer para seguir vigente, para continuar en la escena, a pesar de los diversos acontecimientos y de los cambios ocurridos. Son los atentos conocedores de los rumbos del quehacer político, aquellos que desean conservar las ventajas adquiridas en administraciones o procesos anteriores y que saben que, para mantener dichas ventajas, deben presentarse como actualizados, cambiados, renovados y, por ello mismo, están dispuestos a entregar o prometer algo a quienes reclaman algunas modificaciones o reformas. Cambiar algo para que todo siga igual, ha sido el proyecto institucional y la consigna de los politiqueros desde hace muchos años en este país tan históricamente subordinado, continúan arreando a sus electores y militantes cual simples rebaños. En México tenemos ejemplos de sobra de ‘gatopardismo’. Durante las campañas políticas todos los candidatos de todos los partidos prometen al electorado cambios sustanciales en las formas de hacer política y de gobernar, cambios que se reducen a final de cuentas a un simple retoque del maquillaje, por lo que las cosas terminan igual o peor de cómo estaban cuando asumieron el cargo. Cuántas tragedias hubieran podido evitarse si quienes gobiernan o definen las líneas de acción de los gobiernos hubieran realizado los verdaderos cambios que se requerían en su momento. El gatopardismo y los gatopardistas, constituyen una cultura y un linaje difícil de suprimir porque en el fondo se renuevan continuamente, y si esta clase tuviera que desaparecer, se constituiría en seguida otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos. (Guissepe Tomassi De Lampedusa).
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