Hay procesos en La historia que parecen sacadas de novela y cuando suceden parecen de modo casual, pero pasan con precisión quirúrgica. Genaro García Luna, el todopoderoso secretario de Seguridad Pública en el sexenio de Calderón, compartirá ahora prisión con quien fuera uno de sus supuestos mayores enemigos número uno: Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Ambos cumplirán sentencia en la penitenciaría federal de máxima seguridad en Florence, Colorado. La misma que alberga a los criminales más peligrosos de Estados Unidos y que ha sido descrita como el infierno de concreto donde se dice se extingue el alma.
Esta prisión cuenta con 490 celdas individuales de concreto, sin contacto con otros internos. Ahí, los reclusos pasan hasta 23 horas al día solos, en espacios de apenas 2 por 3 metros, sin más compañía que un colchón delgado, una manta y una rendija de ventana de 106 centímetros por 10, por donde apenas entra algo de luz natural, pero desde la cual no se ve el mundo exterior. La celda tampoco permite escuchar nada del exterior: ni voces, ni pasos, ni vida. Hoy, 367 detenidos habitan ese silencio absoluto. Pronto, uno más será su huésped, de apodo la metratelleta según lo narrado por uno de los hijos del Mayo zambada en el libro “El traidor” con quiénes tenían reuniones y hacían acuerdo
García Luna fue condenado por proteger al Cártel de Sinaloa. El mismo que, supuestamente, debía destruir. Durante años, desde el poder, les abrió camino, les dio impunidad, y se forró con dólares. Hoy, encerrado como cualquier otro criminal, paga una factura que debería extenderse a muchos más en México.
Este reencuentro carcelario no es anecdótico. Es simbólico. Representa el fracaso de un modelo de seguridad que vendió miedo mientras pactaba con los violentos. Que desapareció personas, sembró cuerpos en fosas y nos hizo creer que era por el bien del país.
Ahora, los dos estaran en el mismo lugar. Un sitio sin nombres ni jerarquías. Sin helicópteros, sin guardaespaldas, sin palancas. Solo concreto, silencio y el eco de sus propias decisiones.
¡Que sorpresas da la vida!