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LOS ACOMODATICIOS DE LA POLITICA Y DE LA VIDA (Segunda parte)

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Nada les debemos a los alcahuetes, obsecuentes y condescendientes. Una breve
descripción los caracteriza con bastante precisión y sirve para imaginarnos a
quienes nos referimos. A los acomodaticios, a esos quienes ofician de
aduladores, nublan su sentido crítico y festejan como pueden las acciones del
mandamás. Son aquellos políticos quienes, expertos en grillas y politiquerías,
saben mantenerse vigentes en las nóminas públicas, aunque en el camino deban
cambiar de partido y de ideales. Es triste el papel de los acomodaticios, es raro
que pasen desapercibidos porque hasta el más distraído descubre a ese tipo de
seres que se denigran para invalidarse como sujetos. Porque no solo son
capaces de alabar al otro, sino de anularse como individuos. Una acción en
demasía denigrante para cualquier persona que procure preservar una mínima
dosis de dignidad. Por eso de alguna manera dan lástima los acomodaticios. No
porque relaten la mediocridad con la que operan y se revele en sus conductas,
sino porque invalidan su capacidad de pensar, de decir y aportar lo más valioso
que tienen para ofrecer, me refiero a su propia mirada del mundo, que puede
disentir con la determinación de quien dirige la batuta, pero al mismo tiempo
enriquecerla. Y no se trata solamente de algunos políticos que se doblegan ante
sus convicciones. También se incluyen personas que transitan en instituciones y
hasta de empresarios prebendarios, acomodaticios, que viven del subsidio,
porque son incapaces de competir. De los que hace décadas vienen haciendo
negocios con el gobierno, eludiendo la sana competencia que permitiría un mejor
servicio, que redundaría en beneficio de todos. Hablo de los tibios, los grises, los
que nunca se juegan por nada, los intrascendentes. Escribo lo que escribo,
porque tengo la convicción de que la escritura puede generar una incidencia sana
y positiva para construir la realidad. El mundo avanza gracias a quienes asumen
la incomodidad. Dicen lo que tienen que decir y disienten cuando tienen que
disentir. Los líderes más capaces valoran a los que discrepan con propiedad y
honestidad, no a los que asienten con cobardía. Opinar siempre igual es el oficio
de los obsecuentes. Una actitud complaciente y especulativa, que es insana para
contribuir a la realidad. Nuestra sociedad está repleta de personas que nos
muestran con su ejemplo el camino a seguir y saben honrar el compromiso y las
convicciones. Esperemos que este mundo no se precarice por la comodidad de
los acomodaticios y se enriquezca por quienes están dispuestos a asumir una
positiva rebeldía con el ánimo de aportar lo que puedan aportar. Seguiría con
esta entrega editorial, pero tal vez ya es suficiente y nunca es bueno caer en los
excesos. Por suerte no todos negocian con su dignidad y se acomodan a la
comodidad. Los acomodaticios no se la juegan, porque no se sienten parte de
ningún proyecto. Los acomodaticios siempre marcan distancia. Los
acomodaticios son los primeros en abandonar el barco cuando este está en
problemas. José Ingenieros decía que los temperamentos acomodaticios saben
que la vida guiada por el interés brinda provechos materiales, mientras que los
románticos creen que la suprema dignidad se incuba en el ensueño y la pasión.
Así que seguiremos escuchando a pusilánimes acomodaticios —lo que en política
llaman “oportunistas” o “políticos”— que dicen que quieren construir una sociedad
mejor sin ofrecer la menor explicación sobre sus rasgos, y seguimos sufriendo a
descuidados que los siguen votando sin pedirles esa explicación. Huye de los
tibios y de los indefinidos quienes chaquetean por ingenuidad o por malicia. Huye
de los acomodaticios, de los trepadores y trepadoras. Huye de quienes sonríen a
todos porque sonreír es la escalera de su política. Huye de indignos y de
farsantes o te harán uno de ellos.

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